Guerra Geoestratégica

Por: Enzo Galimberti.

En el corazón del convulsionado Medio Oriente, hay un conflicto en el que se enfrentan dos naciones, pero cuyas consecuencias se sienten en los mercados, en la geopolítica global y en las calles de ciudades tan distantes como Tel Aviv, Teherán, Damasco o Washington. Es un conflicto de tiempos largos, de sombras, de estrategias encriptadas y alianzas impensadas: el enfrentamiento entre Israel e Irán. A simple vista, parecen dos países lejanos sin fronteras en común, pero en los hechos se trata de uno de los duelos más tensos y peligrosos de nuestro tiempo.

El pasado entre ambos no siempre estuvo teñido de hostilidad. Durante las décadas previas a 1979, cuando Irán era gobernado por el Shah Mohammad Reza Pahlaví, las relaciones con Israel eran discretas pero funcionales. Había cooperación militar, comercio y una visión compartida del enemigo soviético y del nacionalismo árabe. Pero todo se desmoronó con la Revolución Islámica. La llegada al poder del Ayatolá Jomeini transformó radicalmente la posición iraní. Israel pasó a ser considerado el “pequeño Satán”, una entidad ilegítima y opresora del pueblo palestino. Desde entonces, la hostilidad se volvió doctrina de Estado para Irán, mientras que para Israel, Teherán pasó a representar una amenaza existencial.

Esta enemistad no puede explicarse sólo desde la política: también está atravesada por profundas diferencias religiosas y culturales. Israel, con su fuerte identidad judía, se encuentra rodeado por naciones mayoritariamente musulmanas. Irán, por su parte, es una república islámica chiita que se autoproclama defensora de los pueblos oprimidos y guardiana del islam revolucionario. En esta región, donde lo espiritual y lo político caminan de la mano, esas diferencias se transforman en combustible ideológico. Irán utiliza la causa palestina como bandera para legitimar su lucha contra Israel y fortalecer su influencia en el mundo islámico, particularmente frente a sus rivales suníes, como Arabia Saudita.

Pero el conflicto va más allá de los discursos religiosos. Es, en esencia, una puja de poder regional, una batalla por influencia que se libra en múltiples frentes. Israel, respaldado por Estados Unidos, ha buscado establecer alianzas estratégicas que le aseguren estabilidad y apoyo internacional. Ha logrado vínculos sólidos con potencias occidentales como el Reino Unido y Alemania, y más recientemente ha sorprendido al mundo con la firma de los Acuerdos de Abraham, que normalizaron relaciones diplomáticas con países árabes como Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos. Incluso Arabia Saudita, aunque sin oficializar un acuerdo, mantiene contactos discretos con Israel por compartir la preocupación común frente a Irán.

Irán, por su parte, ha construido su propio eje de aliados: Rusia y China le brindan apoyo político y económico; Siria es su socio estratégico en el Levante; y a través de grupos armados como Hezbolá en Líbano, las milicias chiitas en Irak, los hutíes en Yemen y Hamás en Gaza, ha logrado proyectar su poder en toda la región. Esta red de milicias, financiada, entrenada y armada desde Teherán, constituye lo que se conoce como el “eje de la resistencia” contra Israel y Estados Unidos.

El detonante más sensible del conflicto es el programa nuclear iraní. Desde hace años, Israel denuncia que Irán busca desarrollar armas atómicas, algo que este último niega, asegurando que su programa tiene fines pacíficos. Sin embargo, los informes del Organismo Internacional de Energía Atómica y diversos incidentes como el asesinato de científicos nucleares iraníes o el sabotaje a instalaciones estratégicas muestran que la tensión evoluciona.

Mientras tanto, ambos países se enfrentan lanzándose misiles y drones de forma mutua, cada vez con mas intensidad y hacía puntos geoestratégicos. También encontramos ataques a convoyes iraníes en Siria, drones interceptados en el mar Rojo, ataques con misiles desde Gaza, ciberataques a instalaciones eléctricas y petroleras, espionaje, sabotajes, y campañas de desinformación. Cada acción parece una provocación calculada, pero cada error podría desencadenar una guerra total, en la que se pueden inmiscuir activamente otras naciones. En este tablero de ajedrez, lo visible es apenas la punta del iceberg.

Las consecuencias de este conflicto van mucho más allá de sus fronteras. El precio del petróleo fluctúa ante cada escalada. Las rutas comerciales se ven amenazadas por la inestabilidad. Y los países vecinos, atrapados en este juego de influencias, deben posicionarse con cuidado. Una guerra total entre Israel e Irán cada uno con sus aliados, no sólo sería una tragedia regional, sino una catástrofe global. Las potencias occidentales, lideradas por Estados Unidos, actúan como escudo y respaldo de Israel. China y Rusia, en cambio, ven en Irán un socio valioso para contener la hegemonía occidental en la región.

En definitiva, estamos ante una guerra que combina historia, religión, política, economía y poder nuclear. Un enfrentamiento donde las armas más usadas no son las convencionales, sino los discursos, las alianzas, los satélites y los cables submarinos. Israel e Irán no son simplemente enemigos: representan dos visiones del mundo que chocan cada día desde hace años.