Sombras de guerra en el desierto

Por: Enzo Galimberti.

En el año 1947, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) propuso un plan para dividir Palestina, que en ese entonces estaba bajo mandato británico. El plan consistía en crear dos Estados: uno judío y otro árabe. Los líderes judíos aceptaron, mientras que los árabes lo rechazaron. Cuando Reino Unido comenzó a retirarse, en noviembre de 1947 estallaron tensiones entre comunidades árabes y judías en Palestina.

El viernes 14 de mayo de 1948 se declaró el Estado de Israel. Al día siguiente, ejércitos de los países árabes vecinos (Egipto, Transjordania, Siria, Líbano e Irak) invadieron con distintos objetivos, detener la creación del Estado, ayudar a la población árabe palestina y expandir sus propios márgenes territoriales.

Israel, aunque en principio era más débil en número de población y con apoyo estatal limitado, tenía ventaja en organización militar. A pesar de que todos los países árabes atacaron, Israel, con disciplina, estrategia defensiva y ayuda extranjera, logró imponerse. La guerra terminó con varios acuerdos de armisticio que, si bien no implicaban paz permanente, sí establecieron fronteras de facto. Israel pasó a controlar más territorio del que le había asignado el plan de partición de la ONU. Los Estados árabes no lograron expulsar a Israel ni impedir su establecimiento. Miles de palestinos fueron desplazados, dando origen a lo que el mundo árabe llamó la Nakba, la catástrofe.

Hoy, Medio Oriente vuelve a estremecerse. La guerra en Gaza ha tensado al máximo la región, con la presión internacional, los intentos fallidos de mediación y las acusaciones de crímenes de guerra. En ese contexto, Israel lanzó ataques en Doha, capital de Qatar, contra líderes de Hamas que se encontraban allí negociando un posible alto al fuego. Israel justificó la acción como parte de su guerra contra Hamas, alegando que esos dirigentes eran blancos militares por su historial de ataques. Pero el problema fue otro: violar la soberanía de un Estado árabe. Israel atacó en una nación que, tras el hecho, se organizó y convocó una cumbre en la que reunió a casi todos los países árabes y musulmanes. El desconcierto crece y todo parece apuntar a que los Estados árabes buscan revancha. Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Siria, Kuwait, Irán y Marruecos figuran entre las naciones más tensionadas por lo acontecido en Gaza. Hay una crisis humanitaria en marcha. El mundo observa con asombro como Israel no tiene piedad y los movimientos pro palestina se están expandiendo por todo el mundo. Presidentes de diferentes naciones, están criticando fuertemente las acciones tomadas por el gobierno israelí. 

En este corazón convulsionado de Medio Oriente, la pregunta ya no es si habrá consecuencias, sino cuáles serán los caminos que se abrirán frente a los ojos del mundo. Cada uno tiene un desenlace distinto, pero todos comparten una misma atmósfera: incertidumbre, miedo y la sensación de estar al borde de una tormenta.

Voy a narrar los posibles escenarios que imagino en este conflicto:

El primer camino es la escalada militar localizada: Bastaría un misil lanzado desde un país árabe, un dron que cruce la frontera o un ataque selectivo para encender la chispa. Israel respondería de inmediato, y los cielos del Golfo podrían llenarse de fuego. Sin embargo, algunos estados árabes dudan: ¿vale la pena arriesgarlo todo? Sus acuerdos recientes con Israel y su fragilidad interna podrían frenar una ofensiva, al menos de momento.

El segundo escenario se dibuja en los salones de la diplomacia: Las potencias árabes e islámicas, en vez de alzar armas, podrían alzar su voz y sus sanciones. Embajadores retirados, espacios aéreos cerrados, bloqueos económicos… poco a poco, Israel quedaría aislado, rodeado no de ejércitos, sino de condenas internacionales. En esa batalla sin pólvora, los tribunales internacionales y la ONU se convertirían en armas de presión.

El tercer escenario involucra a las potencias externas: Estados Unidos, siempre enredado en los hilos de Israel. Rusia, buscando espacio en cada vacío de poder. Europa, dividida entre condenas y apoyos. Y, sobre todo, Irán, el eterno antagonista, esperando la oportunidad para empujar a sus aliados —Hezbollah en Líbano, las milicias en Siria, los hutíes en Yemen— a abrir nuevos frentes. Si eso ocurre, el conflicto dejaría de ser regional para convertirse en una guerra con múltiples cabezas. Y, por qué no, en el germen de una Tercera Guerra Mundial. Es un conflicto que lleva décadas gestándose; ¿por qué no habría de explotar ahora?

De ahí nace el escenario más temido: La guerra total. Un choque frontal entre Israel, respaldado por sus aliados, contra todos los países árabes unidos. Para que suceda, los pactos de paz deberían romperse, los ejércitos movilizarse en una coordinación inédita. Israel, con su tecnología militar, inteligencia y apoyo de Occidente, tendría ventaja en el campo de batalla, pero enfrentaría enemigos numerosos y un terreno vasto que no perdona. Las bajas serían catastróficas, la destrucción inimaginable, y la sombra de un desenlace nuclear se alzaría sobre la región.

Las consecuencias políticas serían inevitables: Gobiernos árabes tambaleando ante sus pueblos, grupos armados ganando influencia, un reacomodo del poder en el tablero regional con Arabia Saudita, Turquía e Irán disputando la supremacía. Más allá del desierto, el mundo entero sentiría el temblor: rutas marítimas bloqueadas, petróleo inaccesible, mercados globales sacudidos.

En mi opinión, si los ataques a territorios soberanos se repiten, si la diplomacia se derrumba y emergen alianzas inesperadas, Medio Oriente podría entrar en una nueva era de bloques enfrentados, como si el tiempo retrocediera a las guerras más oscuras del siglo pasado.