La Guerra del Salitre

Por: Enzo Galimberti.

En las vastas y áridas extensiones del desierto de Atacama, entre el mar y la cordillera, se libró una de las guerras más decisivas y dolorosas en la historia sudamericana: la Guerra del Pacífico (1879–1884). Este conflicto, que enfrentó a Chile contra la alianza de Perú y Bolivia, no sólo modificó fronteras, sino también identidades nacionales y relaciones internacionales que, aún hoy, arrastran ecos de desconfianza, orgullo herido y búsqueda de justicia.

Más allá de las batallas, fue una guerra de recursos, de visiones sobre el progreso, de intereses externos disfrazados de patriotismo, y de pueblos que aún hoy cargan con la memoria viva de la pérdida o la victoria.

En el corazón del conflicto se encuentra el salitre el “oro blanco” del siglo XIX, un fertilizante natural altamente cotizado en el mercado mundial. Las riquezas salitreras de la región de Antofagasta estaban en territorio boliviano, pero eran explotadas en gran parte por capitales chilenos y británicos. Bolivia, deseando aumentar su control fiscal sobre estos recursos, impuso un nuevo impuesto a la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, de capital chileno.
Chile, viendo en ello una violación del Tratado de 1874 que prohibía alzas de impuestos sin su consentimiento, ocupó militarmente Antofagasta el 14 de febrero de 1879. Bolivia, en respuesta, declaró la guerra y apeló a su tratado secreto con Perú, firmado en 1873, obligando a los peruanos a entrar en el conflicto.
Sin embargo, este fue el chispazo en un terreno ya inflamado. Las tensiones limítrofes entre los tres países, los intereses económicos británicos en el salitre, y el deseo de Chile de expandir su influencia sobre el desierto hasta entonces poco valorado pero geoestratégicamente vital, prepararon el escenario para una guerra que duraría cinco años.

La Guerra del Pacífico se desarrolló en tres frentes principales: el marítimo, el terrestre del desierto de Atacama y la sierra andina.
En el mar, la temprana captura del Huáscar (buque peruano comandado heroicamente por Miguel Grau) marcó un punto de inflexión. Grau, conocido como el “Caballero de los Mares”, se convirtió en un símbolo de honor y humanidad incluso entre sus enemigos, pero su muerte dejó a Perú sin su principal arma naval.
En tierra, Chile llevó adelante una campaña militar implacable. Tras tomar Antofagasta y derrotar a las fuerzas aliadas en Pisagua y Tarapacá, avanzó hacia el sur del Perú. La resistencia fue feroz, especialmente en la sierra, donde la guerrilla campesina se convirtió en un nuevo enemigo, menos predecible y más endurecido por el terreno.
En 1881, las tropas chilenas entraron en Lima. Pero la guerra no terminó ahí. Se prolongó en las montañas hasta 1884, cuando Bolivia firmó el armisticio. Perú, exhausto y dividido, firmó el Tratado de Ancón en 1883, cediendo Tarapacá a Chile. Tacna y Arica quedaron bajo ocupación chilena, a la espera de un plebiscito que se realizaría recién en 1929, cuando Arica fue cedida a Chile y Tacna retornó al Perú.


Las consecuencias de la Guerra del Pacífico fueron profundas y duraderas:

Para Chile, significó una consolidación territorial y económica sin precedentes. Se adueñó de importantes yacimientos de salitre, lo que le permitió financiar su modernización y afianzar su rol como potencia regional. Su identidad nacional se forjó en torno a la victoria, la disciplina militar y la idea de una misión civilizadora en el norte conquistado.

Para Bolivia, fue una tragedia nacional. Perdió su salida al mar, lo que se convirtió en un trauma histórico y en el centro de su política exterior por más de un siglo. La mediterraneidad boliviana es aún hoy una causa diplomática y emocional, recordada en las aulas, los discursos oficiales y los tratados bilaterales. En 2018, la Corte Internacional de Justicia de La Haya falló que Chile no estaba obligado legalmente a negociar un acceso soberano al mar para Bolivia, pero no cerró la puerta a futuras conversaciones.

Para Perú, fue una derrota humillante y dolorosa. Perdió el salitre, una parte de su territorio, y sufrió una ocupación que destruyó parte de su infraestructura y su autoestima nacional. Sin embargo, también surgieron figuras heroicas —como Grau, Bolognesi, Cáceres— que reforzaron el imaginario patriótico y ayudaron a reconstruir una identidad nacional más cohesionada.

En la actualidad, las relaciones entre Chile, Bolivia y Perú son diplomáticamente estables, pero nunca del todo ajenas a la sombra del pasado. Bolivia mantiene su demanda marítima como un elemento clave de su identidad nacional. Perú y Chile han tenido tensiones limítrofes marítimas, resueltas parcialmente por la Corte de La Haya en 2014.


En conclusión, la Guerra del Pacífico no solo dejó mapas distintos. Dejó memorias, resentimientos y narrativas. En Chile, es celebrada como una gesta heroica y fundacional. En Bolivia y Perú, es recordada con pesar, orgullo por la resistencia y como símbolo de injusticia. Las versiones escolares, los monumentos, las conmemoraciones y los museos muestran visiones distintas del mismo conflicto.

Y es ahí donde la historia se vuelve cultura: en cómo cada pueblo narra su herida o su gloria.