Por: Enzo Galimberti.
El enfrentamiento entre India y Pakistán es uno de los conflictos más prolongados y complejos del panorama internacional. Si bien suele asociarse a la disputa territorial por la región de Cachemira, sus raíces se hunden en un entramado más profundo de factores históricos, religiosos, políticos y estratégicos que se remontan a más de 75 años. La tensión entre estas dos potencias del sur de Asia (ambas con capacidad nuclear) sigue siendo una amenaza latente para la estabilidad regional y global.
El nacimiento de esta lucha es bastante violenta. La historia del conflicto comienza con la retirada del Imperio Británico del subcontinente indio en 1947. La llamada Partición de la India dividió el territorio en dos nuevos Estados: India, como nación laica de mayoría hindú, y Pakistán, concebido como un hogar para los musulmanes. La partición fue caótica y sangrienta. Se calcula que más de un millón de personas murieron y aproximadamente 15 millones fueron desplazadas, en medio de una ola de violencia sectaria sin precedentes.
Desde su nacimiento como naciones independientes, la región de Cachemira se convirtió en el núcleo del conflicto. A pesar de tener mayoría musulmana, el maharajá hindú que gobernaba Cachemira decidió unirse a la India, una decisión que provocó el rechazo de Pakistán y desató la primera guerra entre ambos países (1947-1948). La intervención de la ONU estableció una línea de alto el fuego que dividió la región: Jammu y Cachemira quedaron bajo control indio, mientras que Azad Cachemira y Gilgit-Baltistán quedaron en manos pakistaníes. Sin embargo, ambas naciones continúan reclamando la totalidad del territorio, manteniendo viva la disputa. Por esto mismo, a lo largo del siglo XX y principios del XXI, India y Pakistán se enfrentaron en múltiples ocasiones. La segunda guerra, en 1965, fue nuevamente por Cachemira y terminó sin mayores cambios territoriales. La tercera, en 1971, tuvo como escenario la independencia de Bangladés, entonces Pakistán Oriental, y representó una derrota significativa para Pakistán. En 1999, la guerra de Kargil llevó a enfrentamientos en terrenos montañosos tras la infiltración de tropas pakistaníes en territorio indio. Estos conflictos reflejan la volatilidad de una relación profundamente deteriorada.
Más allá del aspecto territorial, el conflicto está impregnado por una profunda división religiosa. India, a pesar de su carácter laico, es mayoritariamente hindú, mientras que Pakistán se define como una república islámica. Esta diferencia ha alimentado enfrentamientos tanto en el plano interno como en las relaciones bilaterales, dificultando cualquier acercamiento sostenido. Las identidades nacionales se construyen, en parte, en oposición al otro, lo que refuerza la desconfianza mutua.
El componente más alarmante del conflicto es el armamento nuclear. India probó su primera bomba atómica en 1974; Pakistán lo hizo en 1998. Desde entonces, cualquier escalada militar conlleva el riesgo de una confrontación atómica, lo que hace que el conflicto no solo sea regional, sino una preocupación de alcance global. La doctrina de disuasión mutua ha evitado una guerra abierta, pero las tensiones fronterizas constantes mantienen la región en estado de alerta.
En la actualidad, el conflicto entre India y Pakistán persiste bajo una apariencia de estabilidad frágil. No hay una guerra declarada, pero los intercambios de fuego en la Línea de Control en Cachemira son frecuentes. India acusa a Pakistán de brindar apoyo a grupos extremistas, y hechos como el atentado de Bombay en 2008 que dejó más de 170 muertos, siguen marcando la memoria colectiva. Aunque ha habido gestos de acercamiento y negociaciones en distintos momentos, las relaciones bilaterales continúan envueltas en recelo y tensión.
Conclusión:
El conflicto entre India y Pakistán no puede entenderse únicamente como una disputa territorial. Se trata de una confrontación entre dos visiones del mundo, dos identidades nacionales, y dos historias marcadas por el trauma de la partición. A pesar de los cambios geopolíticos globales, la posibilidad de una paz duradera entre ambas naciones aún parece lejana. La historia continúa escribiéndose entre líneas de tensión, diplomacia fallida y el persistente temor a una escalada irreversible.
El enfrentamiento entre India y Pakistán es uno de los conflictos más prolongados y complejos del panorama internacional. Si bien suele asociarse a la disputa territorial por la región de Cachemira, sus raíces se hunden en un entramado más profundo de factores históricos, religiosos, políticos y estratégicos que se remontan a más de 75 años. La tensión entre estas dos potencias del sur de Asia (ambas con capacidad nuclear) sigue siendo una amenaza latente para la estabilidad regional y global.
El nacimiento de esta lucha es bastante violenta. La historia del conflicto comienza con la retirada del Imperio Británico del subcontinente indio en 1947. La llamada Partición de la India dividió el territorio en dos nuevos Estados: India, como nación laica de mayoría hindú, y Pakistán, concebido como un hogar para los musulmanes. La partición fue caótica y sangrienta. Se calcula que más de un millón de personas murieron y aproximadamente 15 millones fueron desplazadas, en medio de una ola de violencia sectaria sin precedentes.
Desde su nacimiento como naciones independientes, la región de Cachemira se convirtió en el núcleo del conflicto. A pesar de tener mayoría musulmana, el maharajá hindú que gobernaba Cachemira decidió unirse a la India, una decisión que provocó el rechazo de Pakistán y desató la primera guerra entre ambos países (1947-1948). La intervención de la ONU estableció una línea de alto el fuego que dividió la región: Jammu y Cachemira quedaron bajo control indio, mientras que Azad Cachemira y Gilgit-Baltistán quedaron en manos pakistaníes. Sin embargo, ambas naciones continúan reclamando la totalidad del territorio, manteniendo viva la disputa. Por esto mismo, a lo largo del siglo XX y principios del XXI, India y Pakistán se enfrentaron en múltiples ocasiones. La segunda guerra, en 1965, fue nuevamente por Cachemira y terminó sin mayores cambios territoriales. La tercera, en 1971, tuvo como escenario la independencia de Bangladés, entonces Pakistán Oriental, y representó una derrota significativa para Pakistán. En 1999, la guerra de Kargil llevó a enfrentamientos en terrenos montañosos tras la infiltración de tropas pakistaníes en territorio indio. Estos conflictos reflejan la volatilidad de una relación profundamente deteriorada.
Más allá del aspecto territorial, el conflicto está impregnado por una profunda división religiosa. India, a pesar de su carácter laico, es mayoritariamente hindú, mientras que Pakistán se define como una república islámica. Esta diferencia ha alimentado enfrentamientos tanto en el plano interno como en las relaciones bilaterales, dificultando cualquier acercamiento sostenido. Las identidades nacionales se construyen, en parte, en oposición al otro, lo que refuerza la desconfianza mutua.
El componente más alarmante del conflicto es el armamento nuclear. India probó su primera bomba atómica en 1974; Pakistán lo hizo en 1998. Desde entonces, cualquier escalada militar conlleva el riesgo de una confrontación atómica, lo que hace que el conflicto no solo sea regional, sino una preocupación de alcance global. La doctrina de disuasión mutua ha evitado una guerra abierta, pero las tensiones fronterizas constantes mantienen la región en estado de alerta.
En la actualidad, el conflicto entre India y Pakistán persiste bajo una apariencia de estabilidad frágil. No hay una guerra declarada, pero los intercambios de fuego en la Línea de Control en Cachemira son frecuentes. India acusa a Pakistán de brindar apoyo a grupos extremistas, y hechos como el atentado de Bombay en 2008 que dejó más de 170 muertos, siguen marcando la memoria colectiva. Aunque ha habido gestos de acercamiento y negociaciones en distintos momentos, las relaciones bilaterales continúan envueltas en recelo y tensión.
Conclusión:
El conflicto entre India y Pakistán no puede entenderse únicamente como una disputa territorial. Se trata de una confrontación entre dos visiones del mundo, dos identidades nacionales, y dos historias marcadas por el trauma de la partición. A pesar de los cambios geopolíticos globales, la posibilidad de una paz duradera entre ambas naciones aún parece lejana. La historia continúa escribiéndose entre líneas de tensión, diplomacia fallida y el persistente temor a una escalada irreversible.
