Por: Enzo Galimberti.
Por las arenas ardientes del Medio Oriente, donde la historia y la fe se entrelazan con la política y la sangre, se libró en junio de 1967 una guerra breve pero decisiva. En solo seis días, el Estado de Israel transformó radicalmente el mapa geopolítico de la región. Lo que comenzó como una amenaza existencial se convirtió en una victoria militar fulminante, aunque no sin dejar cicatrices abiertas que aún supuran medio siglo después.
Las causas de la Guerra de los Seis Días no emergieron de la nada. El conflicto fue la culminación de tensiones acumuladas desde la creación del Estado de Israel en 1948, un hito que trajo consigo la primera guerra árabe-israelí. El nuevo Estado, proclamado en medio del mandato británico de Palestina, fue rechazado por sus vecinos árabes como lo son: Egipto, Siria, Jordania, Líbano e Irak, que lo vieron como una afrenta a los pueblos árabes desplazados y a la unidad panárabe que comenzaba a forjarse en los discursos de líderes como Gamal Abdel Nasser.
Durante las dos décadas siguientes, la región vivió en una tensión constante. Escaramuzas fronterizas, ataques guerrilleros, bloqueos económicos y un nacionalismo árabe en ascenso empujaban a la región hacia una nueva confrontación. En 1956, la Crisis de Suez ya había enfrentado a Israel, Francia y el Reino Unido contra Egipto, dejando a Nasser como un símbolo de resistencia frente a las potencias occidentales.
En mayo de 1967, Nasser ordenó la retirada de las fuerzas de paz de la ONU del Sinaí y bloqueó el Estrecho de Tirán, una vital vía marítima para el comercio israelí. Israel consideró esto un acto de guerra. Al mismo tiempo, Egipto firmaba pactos de defensa con Siria y Jordania, que movilizaban tropas a las fronteras israelíes. Desde los altiplanos del Golán hasta la franja de Gaza, el cerco era cada vez más asfixiante. La sensación en Tel Aviv era clara: o se actuaba, o se desaparecía.
El 5 de junio, Israel lanzó una ofensiva aérea sorpresa. En cuestión de horas, su fuerza aérea destruyó la mayoría de los aviones egipcios en tierra, asegurando la superioridad aérea. La guerra en tierra se desarrolló con la misma rapidez: Israel conquistó la península del Sinaí y la Franja de Gaza a Egipto, Cisjordania y Jerusalén Este a Jordania, y los Altos del Golán a Siria. Fue una victoria abrumadora.
La Guerra de los Seis Días alteró el equilibrio de poder en la región. Israel pasó de ser un Estado pequeño y amenazado a una potencia regional. Sin embargo, también asumió el control de territorios con millones de árabes palestinos, abriendo un nuevo capítulo en el conflicto: la ocupación y la lucha por la autodeterminación palestina.
La humillación de los países árabes, especialmente de Nasser, debilitó la narrativa del panarabismo y dio paso a nuevas formas de resistencia, más radicales. Fue en este contexto que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) comenzó a ganar protagonismo. En paralelo, la identidad palestina empezó a consolidarse no solo como una cuestión de refugiados, sino como un pueblo con derechos nacionales propios.
Los ecos de la guerra aún resuenan. Jerusalén Este, capturada durante el conflicto, fue anexada por Israel en 1980, aunque la comunidad internacional no reconoce esa soberanía. La Franja de Gaza, ocupada hasta 2005, y Cisjordania siguen siendo epicentros de disputa. Los asentamientos israelíes, las tensiones religiosas en Jerusalén y la falta de un Estado palestino viable son consecuencias directas de aquella guerra relámpago.
A nivel geopolítico, el conflicto de 1967 marcó el inicio del apoyo casi incondicional de Estados Unidos a Israel, mientras que la Unión Soviética respaldaba a los países árabes. En plena Guerra Fría, Oriente Medio se convirtió en un tablero de ajedrez global. Algo parecido hubiera pasado en Sudamérica con las Islas Malvinas de Argentina, las cuales cuando fueron invadidas por Inglaterra y Argentina las recuperó, Inglaterra fue apoyada por Estados Unidos y Argentina si quería iniciar una guerra mas grande, tenía el aval por medio de armamentos y dinero de parte de la Unión Soviética.
Para los israelíes, la Guerra de los Seis Días es recordada como una gesta de supervivencia y milagro militar. La recuperación del Muro de los Lamentos en Jerusalén Vieja fue un momento de euforia nacional. Para los árabes y los palestinos, sin embargo, fue una derrota amarga que acentuó el exilio y la frustración. La narrativa de la dignidad perdida y la ocupación impuesta se convirtió en el telón de fondo de generaciones enteras.
Más de cincuenta años después, la región sigue arrastrando los dilemas que nacieron en esos seis días. La cuestión palestina permanece sin resolución. Los Altos del Golán siguen siendo territorio disputado. Y Jerusalén continúa siendo una ciudad dividida entre realidades políticas, religiosas y sociales.
Sin embargo, nuevos actores han surgido: los Acuerdos de Abraham entre Israel y algunos países árabes, las rivalidades entre Irán y Arabia Saudita, el ascenso del islam político, y la implosión de estados como Siria. En ese mar cambiante, el recuerdo de 1967 sigue siendo un faro que ilumina y a veces enceguece los caminos del presente.En conclusión, la Guerra de los Seis Días fue breve en duración, pero inmensa en repercusiones. En tan solo una semana, se alteró el curso de la historia moderna. Los mapas cambiaron, las narrativas se enfrentaron, y millones de vidas quedaron marcadas por una guerra que, como una tormenta en el desierto, llegó rápido, arrasó con todo y dejó tras de sí un horizonte cubierto de polvo, dolor y preguntas sin respuesta.
Por las arenas ardientes del Medio Oriente, donde la historia y la fe se entrelazan con la política y la sangre, se libró en junio de 1967 una guerra breve pero decisiva. En solo seis días, el Estado de Israel transformó radicalmente el mapa geopolítico de la región. Lo que comenzó como una amenaza existencial se convirtió en una victoria militar fulminante, aunque no sin dejar cicatrices abiertas que aún supuran medio siglo después.
Las causas de la Guerra de los Seis Días no emergieron de la nada. El conflicto fue la culminación de tensiones acumuladas desde la creación del Estado de Israel en 1948, un hito que trajo consigo la primera guerra árabe-israelí. El nuevo Estado, proclamado en medio del mandato británico de Palestina, fue rechazado por sus vecinos árabes como lo son: Egipto, Siria, Jordania, Líbano e Irak, que lo vieron como una afrenta a los pueblos árabes desplazados y a la unidad panárabe que comenzaba a forjarse en los discursos de líderes como Gamal Abdel Nasser.
Durante las dos décadas siguientes, la región vivió en una tensión constante. Escaramuzas fronterizas, ataques guerrilleros, bloqueos económicos y un nacionalismo árabe en ascenso empujaban a la región hacia una nueva confrontación. En 1956, la Crisis de Suez ya había enfrentado a Israel, Francia y el Reino Unido contra Egipto, dejando a Nasser como un símbolo de resistencia frente a las potencias occidentales.
En mayo de 1967, Nasser ordenó la retirada de las fuerzas de paz de la ONU del Sinaí y bloqueó el Estrecho de Tirán, una vital vía marítima para el comercio israelí. Israel consideró esto un acto de guerra. Al mismo tiempo, Egipto firmaba pactos de defensa con Siria y Jordania, que movilizaban tropas a las fronteras israelíes. Desde los altiplanos del Golán hasta la franja de Gaza, el cerco era cada vez más asfixiante. La sensación en Tel Aviv era clara: o se actuaba, o se desaparecía.
El 5 de junio, Israel lanzó una ofensiva aérea sorpresa. En cuestión de horas, su fuerza aérea destruyó la mayoría de los aviones egipcios en tierra, asegurando la superioridad aérea. La guerra en tierra se desarrolló con la misma rapidez: Israel conquistó la península del Sinaí y la Franja de Gaza a Egipto, Cisjordania y Jerusalén Este a Jordania, y los Altos del Golán a Siria. Fue una victoria abrumadora.
La Guerra de los Seis Días alteró el equilibrio de poder en la región. Israel pasó de ser un Estado pequeño y amenazado a una potencia regional. Sin embargo, también asumió el control de territorios con millones de árabes palestinos, abriendo un nuevo capítulo en el conflicto: la ocupación y la lucha por la autodeterminación palestina.
La humillación de los países árabes, especialmente de Nasser, debilitó la narrativa del panarabismo y dio paso a nuevas formas de resistencia, más radicales. Fue en este contexto que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) comenzó a ganar protagonismo. En paralelo, la identidad palestina empezó a consolidarse no solo como una cuestión de refugiados, sino como un pueblo con derechos nacionales propios.
Los ecos de la guerra aún resuenan. Jerusalén Este, capturada durante el conflicto, fue anexada por Israel en 1980, aunque la comunidad internacional no reconoce esa soberanía. La Franja de Gaza, ocupada hasta 2005, y Cisjordania siguen siendo epicentros de disputa. Los asentamientos israelíes, las tensiones religiosas en Jerusalén y la falta de un Estado palestino viable son consecuencias directas de aquella guerra relámpago.
A nivel geopolítico, el conflicto de 1967 marcó el inicio del apoyo casi incondicional de Estados Unidos a Israel, mientras que la Unión Soviética respaldaba a los países árabes. En plena Guerra Fría, Oriente Medio se convirtió en un tablero de ajedrez global. Algo parecido hubiera pasado en Sudamérica con las Islas Malvinas de Argentina, las cuales cuando fueron invadidas por Inglaterra y Argentina las recuperó, Inglaterra fue apoyada por Estados Unidos y Argentina si quería iniciar una guerra mas grande, tenía el aval por medio de armamentos y dinero de parte de la Unión Soviética.
Para los israelíes, la Guerra de los Seis Días es recordada como una gesta de supervivencia y milagro militar. La recuperación del Muro de los Lamentos en Jerusalén Vieja fue un momento de euforia nacional. Para los árabes y los palestinos, sin embargo, fue una derrota amarga que acentuó el exilio y la frustración. La narrativa de la dignidad perdida y la ocupación impuesta se convirtió en el telón de fondo de generaciones enteras.
Más de cincuenta años después, la región sigue arrastrando los dilemas que nacieron en esos seis días. La cuestión palestina permanece sin resolución. Los Altos del Golán siguen siendo territorio disputado. Y Jerusalén continúa siendo una ciudad dividida entre realidades políticas, religiosas y sociales.
Sin embargo, nuevos actores han surgido: los Acuerdos de Abraham entre Israel y algunos países árabes, las rivalidades entre Irán y Arabia Saudita, el ascenso del islam político, y la implosión de estados como Siria. En ese mar cambiante, el recuerdo de 1967 sigue siendo un faro que ilumina y a veces enceguece los caminos del presente.En conclusión, la Guerra de los Seis Días fue breve en duración, pero inmensa en repercusiones. En tan solo una semana, se alteró el curso de la historia moderna. Los mapas cambiaron, las narrativas se enfrentaron, y millones de vidas quedaron marcadas por una guerra que, como una tormenta en el desierto, llegó rápido, arrasó con todo y dejó tras de sí un horizonte cubierto de polvo, dolor y preguntas sin respuesta.
